Pásenle a lo barrido y a lo barrial

Hijo de un luchador. Fan de Extremoduro y de Manic Street Preachers. Adicto a las botas vaqueras. Coleccionista de sombreros vaqueros y cintos piteados. Aficionado al jazz, vago y autodidacto. He trabajado como despachador de pollo frito, chalán de frutería, fabricante de jocoque casero, lavaplatos en una pozolería, dependiente en una tienda de discos, bodeguero de panadería y vendedor de cerveza en el estadio Corona.

viernes, 17 de octubre de 2008

La Biblia Vaquera

La Biblia Vaquera
o
The Country Bible
o
La Biblia Con Sombrero Vaquero Y Botas de Piel De Güevo De Piojo
o
The Western Bible
o
The Cowgirl Bible


Autor: Aquí su sirano
Editorial: Tierra Adentro
Pagínas: 102
Precio: 60 pesos
Contacto: Aquí mix

Sobre Carlos Velázquez se ha dicho:

Una mezcla entre Parménides García Saldaña, John Kennedy Toole y Pedro Juan Gutiérrez

ROGELIO GARZA

Una de las voces jóvenes más originales de la literatura mexicana

EUSEBIO RUVALCABA

Conocer la narrativa de Carlos Velazquez es acometer un pasón, una raya, meterse un pericazo

ANTONIO RAMOS

Velázquez es un ente mitad Alex de la Iglesia mitad Piporro

JOSÉ ALFREDO JIMÉNEZ

Entre Bukowski y Jaime López

DANIEL ESPARTACO

Reseña de La Biblia Vaquera por Margarito Cuellar

Notas breves acerca de algunas biblias vaqueras, el ambiente norteño, los corridos, el narcomenudeo, el diablo, los enanos, los luchadores, las estrellitas del rock y otros personajes de la farándula literario-farra-musical o de cómo La Biblia Vaquera plantea, en lenguaje acá, un rotundo nocaut sobre la lógica y todo lo demás


Pláceme comentar y hacer algunas reflexiones en torno a un libro singular en varios sentidos. Sí, hablamos de La Biblia vaquera escrita por Carlos Velázquez, virrey de la comarca lagunera, egresado de los altos hornos del desierto monclovense, donde a una temperatura de 42 grados a la sombra, si bien les va a los lectores, o bien, dependiendo de los gustos, ya que, como es sabido, a unos les gusta el fuego y a otros el hielo.

Carlos Velázquez ha tenido a bien, en apariencia, tomarnos el pelo y burlarse de la santa madre iglesia ofreciendo un producto a todas luces introito en un lenguaje soez, joseagustinesco, a ratos ondero a ratos pacheco –y no me refiero al José Emilio de apellido tal-; una jerga juangabrielesca y cantinflera que oscila entre el habla desnuda de los mercados y la mofa intelectual.

El pasquín, llamémosle de algún modo, ha sido publicado por la editorial Tierra Adentro. En sus páginas, el autor hace gala de su don de lenguas. Hablando en términos llanos, usa su labia para hacerle ver al lector que lo que ahí se dice puede ser cierto, ya se trate de de términos como ficción, no ficción y ni ficción ni no ficción, que son, a fin de cuentas, los apartados del libelo mencionado, que tiene además la osadía de abrir con un mapa popstock y con un epílogo.

Lo que yo pienso de este personaje, el autor, conocido antes de que la fama lo subiera al pedestal de los autores ya no tan jóvenes ilustres, es que el tal Velázquez sabe hacer buen uso de lo que llaman choro mareador. Y no es que le asuste a uno, que no es más que, al fin de cuentas, un humilde, hipócrita y pinche lector, el habla llana. Es de admirarse la magia verbal de que hace acopio el citado Velázquez para ofrecernos, de principio a fin, para hacer del desierto norteño un auténtico mercado ambulante, un ring de boxeo, un cuadrilátero en el que se dan con todo rudos y técnicos, cinturitas y consumidores, cantantes de ranchero y vendedores de fuscas, vendedoras de burritos y maridos tranzas, luchadores pirata, fanáticos de la dicharachería, el doble sentido y el arponaos.

No vaya a pensar el lector que las cosas que aquí suceden pasan en un rancho polvoriento, bicicletero o barriobajero. El tal Velázquez se las ingenia -así ha de haber andado cuando escribió estas páginas- para hacerle sentir al lector que está en escenarios sofisticados como San Pedrisco, Monterreycillo, San Pedro Saky, Gómez Pancracio, San Pedrosvelt, San Pedrosburgo, Estación Marte, Capital Federal, San Pedro de la Purificación Bahía, San Pedroslavia, Moncloyork y otros lares, no por no mencionarse, menos dignos de figurar.

Ya en una seudo entrevista hecha por un priodista desconocido de Monterrey, el tal Velázquez se había aventurado a teorizar respecto a su nuevo libro: “Es la aventura del lenguaje la que me llevó a concebir a Juan Salazar como un jazzista heroinómano homosexual. Es decir, mis personajes no responden a una realidad. Qué mejor Paulino que el original. Son mis propias distorsiones las que narro. Mis propios Celso Piña, mis Juan Salazar, mis Mario Saucedo. En el libro hay una anfibología respecto al territorio donde se narra. Todas las historias suceden en Popstock, un alter ego de San Pedro de las Colonias, pero que también guiña un ojo a San Pedro Garza García. Y aunque la posición social de San Pedro Garza polariza a la sociedad, para mí ahí cabe todo, la Indepe, Gómez Palacio, todo pudo estar dentro de San Pedro y San Pedro en otra parte. Es la norteñidad lo que nos otorga continuidad”.

No puede uno sustraerse de la lectura ni a cual personaje irle. Unos se la pasan apostando hasta a sus mujeres, vendiéndole su alma al diablo o haciendo payasadas con todo y máscara. Otros hacen performance, ganan becas de escritores o invierten su tiempo tratando de ligarse a una gordita. Hasta la música popular y la de las cantinas se da cita en estos renglones torcidos de la literatura coahuitleca.

Un desfile de borrachos, macuarros, mercachifles, gandallas, aprendices de todo, incluso músicos, luchadores y literatos, vagan por las páginas inventadas por el tal Velázquez, quien haciendo gala de su habilidad narrativa le roba a la crónica su capacidad para describir lugares, acontecimientos o personajes, reales o inventados, que para elucubrar es muy habilidoso el tal Velázquez. Al cuento le arrebata la posibilidad de crear atmósferas enrarecidas por el alcohol, la música grupera, los corridos y hasta el habla del pópulo. A la poesía le arrebata algunas dosis de crudeza, ciertos calicantos de ternura, rasgueos solitarios, aunque casi siempre prevalece un lenguaje áspero, desmañanado y cruel.

Hasta al viejo Paulino mete en sus enredos en un cuento llamado “La condición posnorteña”. Qué necedad tiene el viejo, con la fama que se carga su estilito acá, de andar manchando su nombre en estas páginas. Eso sí hay que reconocerle al tal Velázquez, tiene una maña para rascarle a la palabra y sacarle brillo, que ya la quisieran los metaleros. Este cuento, en el que el protagonista es letal viejo Paulino, es a base de puros diálogos. Yo no sé si el autor le sabe algo al ruco o si habla por hablar; el chiste es que en esta como película u obra de teatro o no sé qué sea, el tal Paulino anda obsesionado por conseguirse unas botas, no conforme con tener el armario amurallado de cajas de botas. Imagínense, tiene hasta botas de güevos de piojo y de Biblia Vaquera.

Pienso que el título de este cuento, “La condición posnorteña”, se debe al cuento de que los mejores narradores del país son de acá, no acá, sino de acá, que es distinto, porque ser acá es ser de una manera y ser de acá es ser de un lugar. Entonces, para que no se hagan bolas, les diré que el término posnorteño lo acuñó un tal Guillermo Berrones, a quien le preguntaron, en entrevista para la televisión nacional, que de dónde es la mejor literatura del país, y éste contesta, arremangándose la camisa y el bigote, acomodándose el cinto piteado y sacudiéndose las botas: “pos norteña, ¿no?”
Pero al que le va más mal es a Juanito Salazar. A ese hasta de lo pintan en el libro. Salazar no sólo batea para la izquierda, según el discurrir de Velázquez, también es adicto a las agujas de heroína y de pilón no es exponente de la música norteña sino un puto jazzista, háganme ustedes el recabrón favor.

En fin, ya no les quito más el tiempo, arréglenselas ustedes con el autor, yo concluyo con el epílogo de la Biblia Vaquera, para que no vayan a pensar que el de las mentiras soy yo: “ Emilio dice a la Biblia Vaquera, hoy te das por despedida. Con la parte que te toca, tú puedes rehacer tu vida. Yo me voy pa’ San Francisco, con la dueña de mi vida. Se oyeron cuatro balazos, La Biblia vaquera a Emilio mataba. La policía sólo halló una pistola tirada. Del dinero y de La Biblia Vaquera nunca más se supo nada”.

lunes, 6 de octubre de 2008

Apuntes para una nueva teoría del exilio en correspondencia con "Apuntes para una teoría del expulsado"


(relato)
Witold Gombrowicz es el tipo de escritor del que opinarías que cualquiera de sus obras es su mejor obra. Incluso un texto “menor” como Contra los poetas, dimensionado desprejuiciadamente, puede ser considerado la cumbre de la producción gombrowicziana. ¿Qué nos depara el exilio? ¿La explicación del ser nacional? ¿Acaso lo más valioso de la hermenéutica gombrowicz se encuentra en los prólogos del mismo autor hacia sus trabajos?

Este afán explicativo, un ejemplo celebre son las palabras de James Joyce a propósito de Ulises*, sólo demuestra que cifrar la obra es elegir el exilio. En el caso de Witold, ¿cómo se elige el exilio, cuando se es condenado a vivirlo forzosamente? Al igual que Ulises, Trans- Atlántico de Gombrowicz planeta una dislocación ideológica. Los ejercicios literarios per se, se plantean como una delación, no como una codificación irresuelta.

Luego se habla de fracaso. Visto desde cualquier ángulo, un producto literario que “necesita” del esclarecimiento de su autor es calificado como un fracaso. El lugar común La obra se debe defender sola se impone. ¿Es Witold un fracasado? ¿Quién dijo que buscaba el triunfo? ¿Que se asumía exitoso? ¿Que su escritura estaba planteada para no defraudar?

La dislocación ideológica en Gombrowicz es más perversa que en Joyce. Mientras el irlandés se burla al declarar su taimada empresa, el polaco se burla doblemente al revelar en sus prólogos los alicientes que impulsan su literatura. Para al final descubrir que ambos casos, el secreto o la revelación no desmitifican nada. El exilio permanece.

¿Son los prólogos-argumentos-ensayos a su propio quehacer una manera de refrendar el exilio? No debe observarse a Gombrowicz como un terrorista. Su figura no puede inspirarnos otra cosa que el retrato de un ambicioso traidor. Al preservarse en el exilio, al ejemplificar un diálogo sin receptor inmediato, en el país que lo alberga, ¿no está traicionando a la maravillosa y gran literatura?

Convengo que en este relato existen demasiadas preguntas. Atendiendo al mismo Witold, acuerdo que las propiedades de un texto se basan únicamente en su multitud de significaciones. Si algunas preguntas no obtienen respuesta, obedece a que el exilio es un desahogo inextricable.

Qué compleja la situación del exiliado. La liberación de la patria reduce su vida a un intento por traducir la angustia idiosincrásica. Aquí su relación con el expulsado. Las coincidencias con John Cheever son ineludibles. La sustracción como un detonante para poner en macha el aparato de lo grotesco. Esgrimido como la incapacidad de ambos autores para renunciar a las empresas monumentales.

Esta obsesión por la edificación se encuentra en Diarios de John Cheever y en Diario de Witold Gombrowicz. No es casualidad que los dos confeccionaran un diario. ¿Qué es la calendarización escritural de los días, entendida como un desfase de la producción “oficial”, sino otra forma, más educada si se quiere, de practicar el exilio?

En “Apuntes para una teoría del expulsado”, prólogo a La Geometría del amor, de John Cheever, Rodrigo Fresán fabula la conversión del Cheever adolescente en el Cheever escritor. La transformación se presenta al ser expulsado de la escuela. Esta acción es determinante en su condición de autor. Si bien Gombrowicz, antes de llegar a Argentina, había publicado Ferdydurke, atraviesa un proceso similar al padecido por el norteamericano. Un expulsado es un exiliado y un exiliado es un expulsado. Deliberadamente o no. Esta cualidad potencializa su preferencia por el grotesco. Grotesco no asumido como gore, desarrollado como extrema crítica del individuo social.

Antes de continuar, aprovecho para proponer la influencia de Witold en el rock. Sin duda, Frank Zappa es el más gombrowicziano de los músicos. La influencia, directa o indirecta, del polaco en el gringo se puede rastrear en tres álbumes, Freak out (1966), Absolutely free (1967) y We’ re only in it for the Money (1968). Dicha trilogía, por su ecuación paródica, satírica, irónica y absurda, atiende a la perfección todos los tópicos que suplementan Trans-Atlántico. Cualidades que no enumera otra cosa que no sea el exilio discográfico.

Trans-Atlántico es, a mi juicio, la mejor obra de Gombrowicz. Pero puede serlo cualquiera, Bakakaï o Pornografía. En lo particular, resalto sus propiedades por sus inherencias plenamente humorísticas. Witold es el más zappiano de los escritores. Estamos ante un trabajo de esos que nos hace exclamar: pura fibra, nada de paja. Un texto que está por cumplir 50 años de haber sido redactado en el 2010.

La asociación de Gombrowicz y Cheever nos lleva a una tercera conexión: Michael Chabon. En su novela Wonder boys, se ejercitan filigranas enteramente cheeverianas y gombrowiczianas. Por una parte, el humor. Se narra la historia del escritor y profesor universitario Tripp, quien sufre el mal de montano (no puede parar de escribir), la extensión de su novela rebasa las mil páginas y no descubre la manera de concluirla. Al final, pierde el manuscrito mecanografiado (del cuál no tiene una sola copia) en un chusco accidente. En el otro extremo se identifica James Leer. Una joven promesa literaria, con graves tendencias mitómanas, alumno de Tripp. Al robar de la casa del decano de la universidad una chaqueta que perteneció a Marylin Monroe, Leer se ubica en la posición de un posible expulsado. Al final, no sucede, en lo que pudo ser un guiño aún más pronunciado a Cheever. Pero, el incidente, el casi exilio que sufre por parte del mundo académico lo convierte en un Autor.

Todo emprendimiento literario es una invectiva del exilio. La consecuencia moral de Trans-Atlántico es que prevaricamos en el exilio. El mismo proceso que atraviesa ese Leer cheeveriano es el mismo que sufre el Cheever gombrowicziano. También es el mismo episodio canallesco, timorato y obtuso que padece el Witold de Trans-Atlántico al enfrentarse a la burocracia polaca afincada en Argentina. Y aún aguarda una referencia más. ¿Qué novela más trans-atlántica que Sueños de Bunker Hill de John Fante?

En Gombrowicz el exilio es subvertido. Subversivo: exilio del exilio. Su retorno a Europa lo confirma. Su muerte en Francia lo hace lapidario. Qué mayor traición no volver a perecer en la patria. La fascinación por el exilio pervive incluso después de la muerte. Ese otro Witold merece ser reunido. Como si se tratara de un póstumo dietario del exilo, todos los prólogos justificativos de su obra escritos por él mismo merecen ser congregados en un solo libro.


Publicado en La cabeza del Moro N. 13, Oct-Dic, 2008


* He puesto tantos enigmas y puzzles que van a mantener ocupados a los catedráticos durante siglos debatiendo sobre lo que yo quería decir, y esta es la única manera de asegurarme la inmortalidad.