Pásenle a lo barrido y a lo barrial

Hijo de un luchador. Fan de Extremoduro y de Manic Street Preachers. Adicto a las botas vaqueras. Coleccionista de sombreros vaqueros y cintos piteados. Aficionado al jazz, vago y autodidacto. He trabajado como despachador de pollo frito, chalán de frutería, fabricante de jocoque casero, lavaplatos en una pozolería, dependiente en una tienda de discos, bodeguero de panadería y vendedor de cerveza en el estadio Corona.

lunes, 14 de julio de 2008

Bob Dylan: forastero inconcebible


Bob Dylan inventó el icono folk. Después, se rebeló contra el confort que representaba ser una figura folky. Hacia 1965 se unió al mundo eléctrico y se convirtió en un ídolo del rock & roll. Desde esa primera conversión, Dylan se ha desplazado con estridente facilidad de la figura del héroe a la de antihéroe durante toda su carrera. Algunos miembros de la vieja guardia, como T-Bone Burnett, opinaban a mediados de los setenta que el momento de Dylan había pasado. Que jamás volvería a estar en la cima que consiguiera en los 60’s. Fama sustentada en su trilogía conformada por Highway 61 revisited (1965), Bringing it all back home (1965) y Blonde on Blonde (1966). Discos imponderables para la historia del rock. Pero Dylan demostró que no se sentía cómodo interpretando el papel. Necesitaba un cambio. Una vez más renegó del sentido de seguridad que le proporcionaba el estrellato y mudó su sonido. Así como el estilo electrificado había decepcionado a los puristas folks seguidores de Dylan, el sonido ecléctico mostrado en Desire (1975) había desconcertado a una extensa parte de sus seguidores rocanroleros. Pero a Dylan no le importaba. En medio de todo este jaleo es que surge Rolling Thunder Longbook*, del escritor Sam Shepard.

Como si no fuera suficiente con los antecedentes, Dylan emprendió una serie de conciertos por pequeñas ciudades del noreste de los Estados Unidos. El motivo de la gira era protestar por el insustentable encarcelamiento de Rubin “Huracán” Carter. Acusado de asesinato, fue sentenciado a nueve años de prisión en 1967, por un crimen que no había cometido. El único delito de Carter era ser negro, la condena estaba sustentada en el racismo. Inconforme con el proceso, Dylan invitó a reconocidos músicos y poetas a que se unieran al espectáculo. Joan Baez, Mick Ronson, Arlo Guthrie, Ramblin’ Jack Elliot, Joni Mitchell, T-Bone Burnett, Bob Neuwirth, Allen Ginberg y Peter Orlovsky (ambos poetas beats) se unieron a la causa Carter. Con un poco de animosidad, esta caravana podría verse como una versión atemperada de los Alegres Bromistas de Ken Kesey. Sobre todo por la empresa tan delirante como desordenada que también sustentaba a la gira: la filmación de una película. Más que una narración fílmica, el documento cinematográfico que resultó fue un experimento cercano a los capturados por los Alegres Bromistas en las pachangas de LSD. Tal desánimo padeció el equipo de filmación de la Thunder, que durante años no se pudo confeccionar siquiera un documental con el material capturado.

Para originar los diálogos imaginarios de un guión aún insospechado, reclutaron a Sam Shepard. Al primer contacto con el alboroto episodiográfico de la Rolling, Shepard considera renunciar a la empresa. Al final decide permanecer. Y comienza un duelo, parecido a los protagonizados por pistoleros del viejo oeste, por conocer cuál conducta es más asequible, la de Dylan o la del propio Shepard. Mientras, subrepticiamente, paralela a su supuesta producción de conversaciones, Shepard registra pequeñas estampas, crónicas, escenas, resúmenes, etc. El resultado es Rolling Thunder logbook.

El merito primordial del libro es que rebasa el mero reportaje periodístico o el diario sugerido. Shepard inaugura un nuevo género, al que podríamos denominar como nü novela. Una historia que tiene y no tiene a Dylan como protagonista. La estructura radica en que al principio la travesía está cimentada en la militancia para promover la libertad de Carter. Hacia el final el boxeador abandona la prisión y es de manera que se completa el ciclo narrativo.

Entre uno y otro extremo, se suceden antologables ocurrencias absurdas y disparatadas en torno a la figura de Dylan. Como por ejemplo aquel en que se le espera para una filmación y de manera incomprensible Bob abandona el sitio, sale por la diminuta ventana del baño y desaparece. Cómo no relacionar este acto con la huida de Jefe, personaje de Alguien voló sobre le nido del cuco, la novela de Ken Kesey. Metáfora que habla del carácter evasivo de Dylan. Bob es ese nativo norteamericano que siempre está escapando. Es con este carácter ontológico que el músico se comporta. Si alguien pensaba que un libro sobre Dylan, escrito de primera mano, develaría algunas claves cobre su personalidad está equivocado.

El planteamiento de plasmar una crónica autorizada de la gira estaba fuera de la cabeza de todos, incluidas las del Shepard y Dylan. Apenas un año antes de la gira Rolling, en 1974, se había publicado un tour book que hasta ahora ha sido una de las piedras fundamentales del periodismo rockero: STP, Viajando con los Rolling Stones, de Robert Greenfield. Documento que Rel. La gira de 1972 de los Stones por Estados Unidos. Un artefacto diseñado ex profeso para congregar todos los acontecimientos por sucederse. Sin embargo, las desavenencias no se hicieron esperar, a Robert le retiraron en una ocasión la confección del libro, se barajaban los nombres de Truman Capote (quien incluso se unió a los Rolling en una o dos ciudades) y William Burroughs. Al final, es Greenfield quien escribe su crónica, tan honesta y puntual que termina por disgustar a los Rolling mismos.

Como contraparte contra todos esos fenómenos, Dylan, que aunque no lo parecía, estaba en todo, eligió a un Sam Shepard para que lo acompañara. Sabía que el desapego del nacido en Illinois le ahorraría problemas. Y demás, como respuesta no desafiante ni mal intencionada a la apabullante y trivializante fiebre de rock de estadio de los Rolling, se embarca con la Rolling Thunder en una gira por veintidós pequeñas ciudades del noroeste de Estados Unidos. Como ya dije, Dylan nunca se ha encontrado a gusto con la industria, por ello se embarcó en un espectáculo que presentaban cada noche para una audiencia no identificada primordialmente como “publico de rock”. Algo que siempre ha sido parte preponderante del statement dylaniano: nunca ser condescendiente con el espectador.

Uno de los pasajes más significativos del recorrido es la visita a la tumba de Jack Kerouac. Ubicada en Lowell, Massachussetts, lugar de nacimiento del autor de On the road. Dylan paga tributo a Jack, una de sus grandes influencias, con una canción. La cercanía de la piel y los huesos del cantante hacia los restos de Kerouac nos recuerdan las similitudes entre ambos. Cada uno nació en algún pueblo insignificante de Norteamérica y emigraron a New York a consolidar sus inquietudes.

Y ante todo, en el libro asistimos a la figura diminuta y colosal de Dylan apareciendo y desapareciendo de la escena de su propio relato. Forastero inconcebible, extraño en su propia épica. Como un extra indispensable y siempre principal. Contradiciendo a ese otro extra llamado Sam Shepard que durante el recorrido busca asideros para anclarse al espíritu de la gira. Es tanto su desconcierto y su incapacidad de relacionarse con los integrantes, que incluso se siente más cómodo entre los chóferes que entre los otros poetas que acompañan a la tribu. Un Shepard que en el transcurso de la escritura desarrolla también su propia leyenda. Procurando permanecer siempre en el misterio. Sin embargo, a la hora de la evaluación de los mitos, nadie puede competir con Bob Dylan.

* Rollin Thunder Logbook, Sam Shepard, Anagrama, 2006

4 comentarios:

etrescolectivo dijo...

saludos

rogelio garza dijo...

órale, esa historia no me la sabía carnal.

muy beat, cómo no.

sí, Dylan suele hacer eso que mencionas, girar sin mirar a quién decepciona. yo por eso prefiero New Morning, por The man in me y Father of night; ese Dylan no traiciona, jaja...

un saludo

Erik dijo...

mi hermano, como siempre rifado con sus devaneos acerca del buen Zimmerman. ¿y qué pedo con sus entradas? ya pongase a chambear carnal

Edgar López dijo...

Yo creo que Dylan mas que huir era un completo convencido de que para seguir creciendo se despojaba de la seguridad y apostaba a cosas nuevas, por eso es quien es.

Saludos y felicidades por la calidad del blog.